"En cuanto a ti, tal como
te lo he dicho, siéntate, concentra tu espíritu, introdúcelo —me refiero
a tu espíritu— en la nariz;
es el camino que toma la respiración para llegar al corazón.
Empújalo, oblígale a descender hasta tu corazón
al mismo tiempo que el aire aspirado. Cuando allí llegue, verás la alegría que seguirá; no tendrás nada que lamentar.
Tal como el hombre que al volver a su casa después de una ausencia no oculta su alegría de poder encontrar a su mujer y a sus hijos, así el espíritu, una vez unido al alma, desborda de alegría y de goces inefables.
Hermano mío, acostumbra pues a tu espíritu a no apresurarse a salir de allí. Al principio, le falta ánimo, es lo menos que podemos decir, para soportar esta reclusión y este estrechamiento interiores.
Pero una vez que haya contraído la costumbre, ya no experimentará placer alguno en los circuitos exteriores. Porque "el reino de Dios está en nuestro interior" y para aquel que dirige su mirada a éste, todo el mundo exterior se torna vil y despreciable." (Filocalia)
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