jueves, 30 de abril de 2009

Lugares de Silencio


"El lugar de la oración es el alma y Dios que mora en ella.... Ese es el verdadero templo, el santuario reservado. Uno lo lleva consigo; en todo momento puede uno ya estarse en él, ya regresar a él después de una breve salida.
En este santuario reservado, nuevo cielo y nuevo Reino de Dios, han de reinar el silencio y la soledad. Dios está solo consigo mismo. Las Personas divinas no perjudican a esa soledad, la constituyen.El Amor que las anima las cierra a todo lo que no es Él; inmensa es la ciudad, pero cerrada, y la ocupa Dios solo, que es "todo en todo" (1 Cor.15-28)"
Dom A. Guillerand, Cartujo.

miércoles, 29 de abril de 2009


Un autor espiritual escribe así: “La renuncia al mundo y a sus falsas alegrías, la negación de sí mismo, el desprecio de lo sensible, etc., no son una aniquilación absurda de la criatura humana, sino condición providencial para lograr la liberación plena y el más alto desarrollo de la personalidad: nos despojamos de todo y de nosotros mismos para llenarnos de Dios y ser dominados enteramente por la caridad…”

B. MARCHETTI-SALVATORI

lunes, 27 de abril de 2009

Todo se cumple


"No se puede lograr, por la lectura de la ley escrita, nada comparable a lo que permite alcanzar el culto de Dios, pues allí todo está cumplido.
Aquel que lo ha elegido no tiene necesidad de leer las Escrituras, sabe que todo se consuma en la oración"

Macario el Grande en Homilías Espirituales.

domingo, 26 de abril de 2009

Hacia la ermita





La capilla del monasterio está construida en piedra. Grises en su mayoría, algunas más blancas, cobijan restos de liquen aquí y allá.
Sus bóvedas y arcadas y su organización geométrica, la delatan gótica. Pero es un gótico desnudo, solo formal. El contenido en extremo sobrio.
La gran cruz central, de roble antiguo, sin la imagen del Salvador, espera vacía que el observador proyecte sobre ella su arquetipo interno.
Los asientos del coro, en dos filas enfrentadas detrás del sagrario, son también de madera, aunque de irreconocible procedencia. Los cubre una pátina de uso fruto de siglos.
El altar es de roca sólida y está cubierto por un grueso madero rústico, brillante sin embargo por la cera, que en repetidas capas, devotas manos le aplican diariamente.
Todo el conjunto se destaca gracias a la luz oblicua y colorida que deja pasar el único vitreaux del templo.
Las ventanas, altas y angostas, bien ojivales; estrechan el paso de la luz, recostándola precisamente detrás de las columnas.
Esto deja áreas penumbrosas, favoreciendo el recogimiento y haciendo más solitarias las figuras, que en fervorosa búsqueda, continúan quedas después del oficio.
Junto a la puerta lateral que da paso al claustro, destila agua bendita una pequeña fuente normanda, originando el suave rumor líquido que en ecos sucesivos, recorre la nave central.
Esta gran bóveda embaldosada en granito indefinible, sin mobiliario alguno por orden del Abad; permanece desierto manifiesto, propicio a la meditación, la sumisión y el abandono.
La puerta principal, de cedro rojo y macizo con aldabas de hierro; protege la clausura que resistió inviolada numerosas guerras y tumultos revolucionarios.
Detrás de ella surge un sendero de grava fina, muelle al paso, que va desdibujándose conforme ingresa al bosque. Allí se difumina, exhalando hojas secas en dirección a la ermita, que como punto sagrado de unión entre cielo y tierra, domina el claro bordeado de jóvenes coníferas.

Colaboración de Mario Rovetto

sábado, 25 de abril de 2009

¿Por qué este crecimiento de ermitaños en la actualidad?


Hay que decir que se trata de una vocación, una llamada. El exceso de insistencia en el compromiso con el mundo y el desbordamiento de las palabras, habladas y escritas han llevado a muchos a redescubrir la fuerza de la oración y el gozo del silencio.

El ermitaño da su vida por cosas inútiles, según el mundo. La sencilla regla que él mismo se escribe, prevé, sobre todo, horas de oración, de lectura espiritual, de meditación. En el ermitaño hay un rechazo radical de la lógica mundana, para la cual sólo la acción, la política, el compromiso social, las inversiones económicas, pueden cambiar el mundo para mejor.
David Amado

El eremita urbano, ha respondido a una llamada que le ha hecho comprender que sólo quien entrega su vida por los demás, la salva, y que el modo más eficaz de amar y de ayudar es el de encerrarse bajo el anonimato, el silencio, la impotencia, creyendo hasta el fondo en los misteriosos vínculos de la “comunión de los santos”. En la habitación de uno de ellos se encontró una inscripción, según cuenta el escritor Vittorio Messori, con el siguiente texto: “El que se va al desierto, no es un desertor”.

jueves, 23 de abril de 2009

Revelación






La ley escrita relata muchos misterios de una manera oculta.
El monje que se dedica a la oración y a una conversación ininterrumpida con Dios, los encuentra; entonces la gracia le revela aquellos misterios más terribles que los de la Escritura.

Macario el Grande

martes, 21 de abril de 2009

Las Ermitas de Córdoba

Las vistas desde lo alto son una preciosidad, se ve toda la ciudad al completo desde un gran mirador panorámico. Un sitio para ver lo que es Córdoba.

En lo más alto de Sierra Morena, con vistas a la ciudad de Córdoba están las ermitas, un conjunto de 13 pequeños edificios donde los ermitaños se retiraban. Con el tiempo se abandonaron, luego fue un convento carmelita cuando los ermitaños desaparecieron por falta de vocaciones y hoy en día, gestionados por la fundación "Amigos de las Ermitas" se mantienen abiertas al público.

lunes, 20 de abril de 2009

Los eremitas de hoy viven en la ciudad




Vittorio MESSORI.
Su número crece cada día. Pasan su vida en oración, no temen la pobreza y rechazan cualquier jerarquía. Su fuerza está en contradecir el espíritu del tiempo. La Iglesia ha decidido reintegrarles en el Derecho Canónico. Lo que no quieren es, justamente, ser noticia. Buscan el silencio y la discreción. Su puerta permanecerá cerrada para quien se acerque como periodista, o simplemente como curioso. Tengo el privilegio de conocer a algunos personalmente, pero no tendría acceso alguno a sus escondrijos si violase la promesa de no dar nombres ni direcciones. De todos modos, si alguien quiere buscar su rastro, que no los busque en lugares inhóspitos: es mucho más probable que los encuentre en las buhardillas de los centros metropolitanos. Me refiero a los eremitas. Han regresado por la puerta grande, su número crece cada año, aunque pocos lo saben, como es obvio, dado su empeño en pasar desapercibidos. La Iglesia, en cambio, sí sabe de ellos, y ha decidido volverles a dar un sitio dentro de su estructura, pues el Código de Derecho Canónico de 1917 los había ignorado. No por hostilidad, sino porque parecía que formaban parte de una página cristiana, larga y gloriosa, pero definitivamente cerrada.
Una página que se inició cuando en Oriente miles de creyentes huyeron al desierto o a las montañas: grutas y chozas se llenaron de solitarios que luchaban tanto contra leones y serpientes como contra diablos tentadores. La fama de sus ayunos, de las penitencias, del silencio ininterrumpido provocaba la afluencia de discípulos, y con frecuencia el solitario se veía obligado a acogerlos, creando –a veces contra su voluntad– una comunidad a la que dar una regla. También fue éste el destino de quien en Occidente iba a ser el origen de la forma de monacato que marcaría los siglos siguientes beneficiosamente. Benito de Nursia empezó como eremita pero su misma fama de santidad le sacó de la cueva y le forzó a transformarse en maestro y legislador de cenobios.
La Edad Media se llenó de eremitas, muchos de los cuales encontraban su sustento guardando cementerios, puentes o santuarios. El declive comenzó con el Concilio de Trento, que desconfió de los anacoretas porque eran incontrolables, y concluyó en el Siglo de las Luces y la Revolución Francesa que persiguió a estos «parásitos asociales» a los que también consideraba «fanáticos oscurantistas». En el siglo XIX el eremita quedará relegado a ser casi un personaje de novela romántica, al estilo Conde de Montecristo. Dentro de la Iglesia, la vocación a la soledad había quedado canalizada desde hacía tiempo a través de órdenes religiosas como las de los cartujos o los camaldulenses, en las que el aislamiento va unido con la comunión con los hermanos en la oración y en la conversación.
Se decía que el silencio de Código eclesiástico de 1917 era significativo: ya no quedan anacoretas, fuera su regulación. Y en cambio, esta vocación –rara, pero insuprimible– desde luego no había desaparecido, sino que se incubaba bajo las cenizas, de modo que el nuevo Código publicado en 1983 ha tenido que levantar acta. En el segundo inciso del canon 603, la Iglesia reconoce oficialmente a los ermitaños como «consagrados» si «mediante voto u otro vínculo sagrado, profesan públicamente los tres consejos evangélicos (pobreza, castidad, obediencia) en manos del Obispo diocesano», y si el mismo Ordinario del lugar les aprueba una regla que ellos mismos hayan redactado. Una legislación light, con requisitos mínimos, pero tal y como es obligado para una elección de vida inspirada por la obediencia a la Iglesia y a la lectura más rigurosa del Evangelio a la vez que por la libertad y la autonomía de los hijos de Dios que siguen una vocación particular y del todo personal.
Las estadísticas son difíciles, por no decir imposibles: aunque se les conoce, muy raramente los ermitaños responden a los cuestionarios. Ahora ha aparecido la investigación de los jesuitas americanos en las páginas de su revista cuatrimestral para consagrados Review for Religious. Hay que reconocer que esos religiosos americanos han tenido cierto éxito, pues de una muestra de 600 eremitas en todo el mundo han conseguido 140 respuestas. Una miseria para cualquier otra categoría social, pero todo un éxito dentro de la anómala categoría de los ermitaños, que si nos atenemos a las valoraciones fiables, contaría en todo el mundo con veinte mil personas. En Italia de mil a mil doscientos, divididos casi igual entre hombres y mujeres. La inmensa mayoría es católica, aunque no faltan otras confesiones cristianas y otras confesiones. Como alguien ha señalado, el anacoreta es el más ecuménico entre los creyentes porque recupera –viviéndolos todos los días– los valores que unen todas las confesiones: oración, penitencia, sacrificio, ayuno, alejamiento, contemplación.
Parece que entre los nuevos ermitaños italianos también se cumple lo que revela la investigación americana, según la cual, solamente un dos por ciento ha elegido vivir en cuevas o sitios por el estilo, como galerías subterráneas. Ni la mayoría se encuentra en el campo o en las montañas. En realidad, el mayor número de los ermitaños actuales es «metropolitano». La gran ciudad es el verdadero sitio de la soledad, del anonimato, del combate silencioso contra los nuevos demonios. La mayoría tiene entre cincuenta y sesenta años, y son rarísimos los que están por debajo de los treinta. No hay más que recordar el viejo proverbio: «A joven ermitaño, viejo diablo». Todos los maestros de la vida espiritual han enseñado siempre que una vocación así distingue a una élite de hombres y de mujeres particularmente experimentados. De hecho, en el eremitorio no se tiene el apoyo de una comunidad fraterna; la soledad y el silencio constantes son un gozo sólo para quien realmente ha sido llamado; ni siquiera se cuenta con un hábito o un distintivo. No sólo: la obligada pobreza se convierte muchas veces en miseria, sobre todo para quienes han encontrado en la ciudad su «desierto», dado que el anacoreta buscará huir de toda «dispersión», y por tanto, de los trabajos en fábricas u oficinas, con lo que vivirá de las pequeñas cosas que pueda hacer dentro de sus modestísimas cuatro paredes. Esto casi nunca asegura unos ingresos suficientes para que una vida no se deslice desde la pobreza hasta la indigencia. Ésta es una de las razones por la que muchos esperan a tener una edad suficiente para una pequeña pensión, aunque sea mínima, que les permita cultivar en paz su propia vocación. En general tienen más suerte para el sustento diario aquéllos que tienen su cabaña en el campo. Todas las experiencias dan fe de que los inicios son difíciles por la desconfianza de los paisanos que se preguntan quién será ese «forastero» extraño que, por lo general, tiene un aire distinto (la mayoría tiene título universitario), que no recibe visitas, que no tiene ni teléfono ni televisor, que se va a la cama con las gallinas y se levanta con el alba y que sólo cruza con los demás –párroco incluido– las mínimas palabras indispensables. De modo que la primera visita, por lo general, es la del policía local, alertado por las observaciones de los vecinos. Después, poco a poco, se acepta al «forastero» como un miembro de la comunidad, algo extraño. Aunque la mayoría son laicos, también son numerosos aquellos sacerdotes, frailes o monjas que llegan a la vida eremita tras muchos años en comunidades tradicionales. Son los más afortunados, pues una vez que se les concede el permiso para dar el paso a esta nueva forma de vida, suelen tener la ayuda de la familia religiosa de la que provienen.
Pero, ¿por qué una elección así? Lo primero que hay que decir es que se trata de una vocación, una llamada, que ha florecido de nuevo por reacción a la borrachera «comunitaria», «social» que ha arruinado muchos ambientes religiosos. El exceso de insistencia en el compromiso con el mundo y el desbordamiento de las palabras, habladas y escritas, han llevado a muchos, por contraste, a redescubrir la fuerza de la oración y el gozo del silencio. El ermitaño da su vida por cosas «inútiles» según el mundo y, desgraciadamente, también según cierto eficientismo cristiano actual. La sencilla regla que él mismo se escribe, y que si quiere somete a la aprobación del obispo, prevé, sobre todo, horas de oración, de lectura espiritual, de meditación. Prevé vigilias, ayunas, penitencias, renuncias. En el ermitaño hay un rechazo radical de la lógica mundana, para la cual sólo la acción, la política, el compromiso social, las inversiones económicas pueden cambiar el mundo para mejor. Él, por su parte, ha respondido a una llamada que le ha hecho comprender hasta el final que sólo quien entrega su vida la salva, y que el modo más eficaz de amar y de ayudar es el de sepultarse bajo el anonimato, el silencio, la impotencia, creyendo hasta el fondo en los misterios vínculos de la «comunión de los santos». Creo que esto es lo que quería decir la inscripción que vi en la pared de la habitación de un anacoreta en una casa deteriorada del corazón de Turín: «El que va al desierto, no es un desertor». Nada de un desertor, sino más bien un creyente que, en vez del activismo constructivo sólo en apariencia, ha decidido practicar la forma más alta de caridad en la perspectiva evangélica: la oración ininterrumpida por todos, en la soledad y en el silencio más radicales.

PONTE EN CAMINO


Aunque estés en soledad, ponte en camino y ora en soledad. El mundo del espíritu ha estado desde siempre lleno de ermitaños y solitarios, y ahora, con el actual descalabro espiritual, sigue estándolo aunque permanezcan ocultos en las ciudades...

Anónimo

domingo, 12 de abril de 2009

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él?

HISTOS A INVIAT! ¡CRISTO HA RESUCITADO!

"¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo."



San Gregorio Nacianceno Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo 23-24

sábado, 11 de abril de 2009

LA CELDA INTERIOR


De nuestra intimidad con Dios, nace una exigencia: la necesidad de la celda, entendida ésta no siempre como un lugar físico necesariamente, sino más bien, aquel "lugar" en nuestro interior de donde sales pero vuelves en cuanto te es posible, pues es en él donde mejor escuchas y permaneces en mayor comunión.


No abras con facilidad las puertas de esta celda, ni facilites la entrada a extraños por muy queridos que te sean. Considera esta celda como zona de "clausura", donde solo teneis acceso Dios y tú.

"La celda será la que te enseñe todo lo que debes saber" (abba Moisés)

miércoles, 8 de abril de 2009

EL PECADO COMO DEUDA





La invitación que un día recibe Jesús para comer en casa del fariseo, le da la oportunidad de encontrarse con dos personas muy diferentes: una que se cree justa y otra que se sabe pecadora. Quien se cree bueno, condena a la pecadora y duda de Jesús. La que se siente en deuda, colma de atenciones a Jesús sin importarle nada más.

Y Jesús responde con una parábola, cuyo significado es fácil de comprender: ama más quien se sabe más perdonado,. El deudor al que se le salda una deuda mayor, es el más agradecido.

En deuda con Dios estamos cuando pecamos, y en deuda con Él quedamos cuando somos perdonados. Si hemos pecado, debemos a Dios satisfacción y cuando somos perdonados, vivimos con El en deuda de amor.

El fariseo es figura de aquél que, por creerse bueno, desprecia a todo el que no es como él . Como cree amar a Dios, desprecia a todo el que es diferente.

La mujer, en cambio, es prototipo de todos los que son condenados por lo que hacen o como viven. Ella se sabe deudora de su perdón y eso es lo que verdaderamente le importa, ¿de qué va a ser perdonado quien no tiene de que pedir perdón? Jesús nos enseña que no seremos más felices por creernos “buenos” pues sólo el que reconoce su deuda, conocerá la alegría del perdón.


Modelo de todo lo expuesto es María de Egipto. Ejerce la prostitución desde los 12 años hasta que en la treintena peregrina a Jerusalén para venerar allí la Santa Cruz. No puede entrar en el templo, pues una fuerza sobrenatural se lo impide y se retira al desierto donde vive una vida de soledad y penitencia hasta su muerte.
¿Quién amó más? Al que más se le perdonó.

¿QUÉ ES LA ERMITA VIRTUAL?



Intentaré sea un lugar de recogimiento donde pueda expresarme con sencillez. No es un lugar de información sobre la vida monacal o eremitica, lo que me propongo, no se si lo conseguiré, es mostrarme como soy y poder llegar a otros pero sin "invadir" otras soledades y preservando celosamente también la mía. Voy a intentarlo, será un penúltimo intento.....